La
España sin relevo
(Especial
ABC - digital, Febrero 2000)
Lastrados
por una cifra: 1,07. Lo que no llegó a hacer Salomón, lo perpetra la estadística,
al dividir en unidad y siete centésimas los hijos que corresponden a cada española
en edad fértil. El artificio matemático, elocuente, revela una España en rápido
proceso de envejecimiento y ha alentado todo tipo de augurios sobre la
viabilidad futura de las pensiones y el necesario recurso a la inmigración.
El parón demográfico no remite y amenaza el futuro
del sistema de pensiones
Después de una década al borde de los cuarenta
millones de habitantes, España no ha logrado rebasar esa referencia numérica
redonda. Y ahora se ha plantado en el «crecimiento natural cero», al coincidir
la cifra de nacidos vivos con la de defunciones. Ha aumentado la población
levemente gracias a las oleadas de inmigrantes, pues hace ya años que quedaron
atrás los niveles de natalidad que garantizaban el índice de reemplazo
generacional, establecido por los sociólogos en 2,1 hijos por mujer. Las últimas
semanas han sido pródigas en alarmas sobre el estancamiento demográfico y sus
consecuencias sobre el futuro inmediato, e incluso se ha llegado a decir que en
cinco años podría venirse abajo el sistema de pensiones, por falta de
cotizantes para mantener a los jubilados. Un mal destapado primero por la ONU y
después por la oficina estadística de la Unión Europea, Eurostat, organismos
que coinciden en dos apreciaciones: hacen falta más trabajadores en activo en
el viejo continente y esa savia joven llegará por la vía de la inmigración.
Consideraciones que hacen extensivas a toda Europa pero que afectan
especialmente a España, por su bajísimo índice de natalidad. Actualmente, la
otrora feraz piel de toro está a la cola de la UE y del mundo, con sólo 9,2
nacimientos al año por cada mil habitantes, frente al 10,7 de media
comunitaria. Además, Eurostat considera en sus últimos estudios que la
tendencia no sólo no cambiará, sino que incluso puede acentuarse, dado que las
hoy mujeres fruto del «baby boom», cuando dejen la edad de procreación, serán
reemplazadas por una generación menos numerosa. En España, aunque sociólogos
y demógrafos no creen en exceso en la eficacia de las políticas de natalidad,
el ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Manuel Pimentel, se ha apresurado a
anunciar medidas para incentivar la natalidad, que serán concretadas en un plan
de ayudas a la familia. Un paso en esa dirección ha sido, en la legislatura que
agoniza, la Ley de Conciliación de la Vida Familiar y Laboral, que, entre otras
medidas, impide el despido de mujeres embarazadas.
La ONU ha hecho cálculos y prevé que el continente
perderá 35 millones de habitantes en veinticinco años, lo que crearía la
necesidad de 159 millones de trabajadores para conservar las estructuras
productivas y la protección social. Y, en lo que hace a España, las tendencias
indican que, si no se abren las fronteras, la población pasará de 39,6
millones de personas a 30,2 en 2050. Necesitaríamos 240.000 inmigrantes al año,
como fuerza de trabajo. Otro análisis más exhaustivo sobre el futuro de la
economía española, el difundido el pasado verano por el Servicio de Estudios
del BBV, rebaja estas previsiones. Según Manuel Balmaseda, uno de los artífices
del estudio, «el trabajo realizado revela que hacia 2010, debido al
estancamiento demográfico, empezaría a haber problemas para mantener la
capacidad de crecimiento de la economía española, y por ello sería
recomendable que, desde ahora, se admitiera al menos a cien mil inmigrantes cada
año. De esta forma se integrarían progresivamente y con un menor impacto
social que si actuamos a destiempo». En cuanto a las pensiones, asegura que «el
sistema tiene fecha de caducidad, pero no a cinco años vista, como se ha
llegado a decir, de modo un tanto alarmista. Sólo peligraría a tan corto plazo
si entrásemos en una recesión económica profunda, y no parece que vaya a ser
el caso».
Pero, ¿en qué medida contribuirán los inmigrantes
al equilibrio demográfico? En España, tenemos actualmente unos ochocientos mil
extranjeros, y cada año se regulariza a poco más de treinta mil. Insuficiente
contingente, según todos los baremos, que ha de llevar a políticas de
inmigración más permisivas. En conjunto, Eurostat prevé que, gracias a los
aportes extracomunitarios, la población europea seguirá creciendo a un ritmo
del 0,15 anual, hasta alcanzar los 388 millones de habitantes en 2025.
Un avance de datos de la encuesta anual de
Fecundidad del Instituto Nacional de Estadística confirma que la natalidad
sigue a la baja, en una tendencia que, en España, se mantiene imparable desde
1976. La cifra global registrada en 1999 (los 1,07 hijos de media), se desfonda
aún más cuando la mujer tiene estudios superiores: en la franja de edad entre
25 y 34 años, la etapa vital de mayor fecundidad, quienes han cursado estudios
universitarios sólo tienen 0,33 hijos. El crecimiento de la inmigración
tampoco podrá modificar sustancialmente esta tendencia: las mujeres de
nacionalidad extranjera tienen en promedio 1,14 hijos, un índice levemente
superior y de insignificantes repercusiones.
HIJOS
ÚNICOS
Los hijos españoles llegan únicos o en pareja,
como pauta generalizada. De hecho, el 50 por ciento de los niños que nacen cada
año son primeros hijos. Y los métodos anticonceptivos cada vez se utilizan más
y con mayor eficacia. Desde 1985 se aprecia que el porcentaje de mujeres que
utilizaban algún medio de contracepción ha subido del 67 al 72 por ciento.
La esperanza de un aumento inmediato de la
natalidad, si atendemos a los datos del INE, queda descartada: entre las mujeres
en edad fértil (en las técnicas de estudio sociológico se incluye a las que
se sitúan entre 15 o 49 años, dejando fuera a las que tienen impedimentos físicos
para la maternidad), más de la mitad (el 50,10 por ciento) no tienen intención
de tener hijos en el futuro. La tendencia se dispara en algunas Comunidades Autónomas,
como Asturias, Baleares, Canarias o La Rioja, donde más de un 55 por ciento de
las ciudadanas descarta aventurarse en nueva o primera descendencia.
El informe de Eurostat, rubricado por una aparatosa
síntesis, («Europa, en sus índices más bajos de crecimiento de la población
desde la Segunda Guerra Mundial»), parte de un análisis general de la situación:
somos actualmente 376,4 millones de habitantes en el seno de la Unión Europea.
En 1999 nacieron cuatro millones de nuevos ciudadanos comunitarios, un 0,5 por
ciento menos que el nivel más bajo desde la contienda mundial. Y el continente
está muy lejos del reemplazo generacional. Como compensación, recibió 717.000
inmigrantes, de los que el 70 por ciento fue a parar a Italia, Alemania y, sobre
todo, al Reino Unido, país líder en las tasas de inmigración. En el último año,
el Reino Unido y Suecia habrían perdido población, de no ser por la llegada de
foráneos. En su análisis demográfico, la Unión Europea se muestra
especialmente preocupada por el rápido envejecimiento al que están abocadas
las naciones mediterráneas, y especialmente Italia y España. La cuesta abajo
en el número de hijos en ambos países ha sido mucho más tardía y acelerada
que en otros, lo que provocará una gran masa anciana, fruto de la anterior
explosión de la natalidad, y sin relevo. Por eso las estadísticas europeas
advierten sobre quién financiará el enorme gasto social que los mayores
generarán a no muy largo plazo, tanto en pensiones como en cobertura sanitaria
y social. Se prevé que en 2030 cerca de un tercio de la población de la UE
tendrá más de sesenta años. Actualmente, tres personas activas mantienen a un
pensionista y en 2040 cada trabajador tendrá que sufragar un 70 por ciento de
su pensión. En ese vetusto mosaico de naciones, España será una tesela de las
más gastadas.
Puntualizaciones
a siete tópicos
La dilatada experiencia de Juan Díez Nicolás,
catedrático de Sociología de la Universidad Complutense, estrecho colaborador
durante años de la ONU y del Consejo de Europa en materia de población, y
recientemente nombrado presidente del Foro para la Inmigración, pone el dedo en
la llaga de las inexactitudes que se asumen y se difunden constantemente como
verdades universales (o casi) cuando se analizan los problemas demográficos en
España. Como muestra, varios botones:
LAS
PENSIONES SE SALVARÁN CON INMIGRANTES
«Las pensiones se salvan con cotizantes, no con
inmigrantes. Decir que se necesita apremiantemente la llegada de la mano de obra
extranjera tendría sentido en un país con pleno empleo, pero no en España,
donde padecemos, con mucho, el índice de paro más elevado de Europa. Sí se
puede aceptar que, para salvaguardar el sistema hace falta más empleo juvenil,
femenino, y también, por supuesto, los inmigrantes. O sea, además ellos, pero
no sólo ellos».
CON
MÁS PROTECCIÓN SOCIAL, CRECERÍA LA NATALIDAD
«Las políticas de natalidad siempre han resultado
ineficaces, como tales. Otra cosa es la protección social de que la familia
debe gozar, porque somos un país desarrollado. Pero, ¿tiene alguien un hijo más
porque le den diez mil pesetas al mes, o un año de permiso? No son factores
determinantes. En China fracasó estrepitosamente la política del hijo único y
en la Rumanía de Ceaucescu fue un fiasco la obligatoriedad de tener todos los
críos que se pudiera. Los cambios sociales no se imponen desde arriba».
LAS
MUJERES NO TIENEN HIJOS PORQUE TRABAJAN
«Es una afirmación que no se corresponde
plenamente con la realidad española. Por supuesto que el trabajo femenino
influye en la reducción del número de hijos, pero hay otros factores. Y la más
clara demostración es que tenemos el índice más bajo de empleo femenino de
toda Europa, por detrás incluso de Portugal o Grecia, y tenemos menos hijos que
los demás».
EL
ENVEJECIMIENTO DE LA POBL ACIÓN SÓLO GENERA INCREMENTO DE GASTOS SOCIALES
«Es verdad que hay que prever cómo hacer frente a
las nuevas necesidades, pero también hemos de considerar que, igual que crecen
los gastos destinados a los mayores, decrecen los que van a parar a la base de
la pirámide de población. Menos plazas escolares, universitarias...»
LAS
MUJERES, «CULPABLES» DE LA SITUACIÓN POR NO TENER HIJOS
«Es absurdo exhortar a las mujeres a que tengan
hijos en nombre de no sé qué conciencia social. En el caso hipotético de que
todas ellas se pusieran, de repente, a procrear, no estaríamos ante una solución
a corto plazo. Habría que esperar 25 ó 30 años para poder ver qué supone en
el mundo laboral esa generación. Y, de aquí a entonces, todos calvos».
LA
NATALIDAD HA REPUNTADO SUSTANCIALMENTE EN EL NORTE DE EUROPA
«Cuando se habla de que suecos y daneses registran
ahora mayor natalidad y se relaciona ese hecho con todas las ventajas
establecidas por los Gobiernos para quienes tienen hijos, no se está diciendo
la verdad. Lo que ocurre en su caso es que sus índices nunca bajaron tanto como
los nuestros, o los de los italianos. No ha habido repuntes significativos».
EL
PRECIO DE LA VIVIENDA Y LA PRECARIEDAD DEL EMPLEO RETRAEN
«Lógicamente, el paro juvenil está influyendo,
pero no de manera tan determinante como algunos suponen. Y el precio de la
vivienda no lo considero decisivo. Las casas de nuestros padres también fueron
muy caras, en proporción a sus sueldos. En España la explicación reside,
sobre todo en la emancipación extraordinariamente tardía de los jóvenes».
Todo o nada
Hijos, por nada del mundo, o a cualquier precio. La
España del bienestar y los anticonceptivos ha impuesto su concepto selectivo de
la familia y los proyectos vitales a la carta. Un menú de opciones, búsquedas
y renuncias que abarca por igual a quienes descartan procrear de forma tajante
(empiezan a ser comunes las vasectomías o ligaduras de trompas entre personas
sin hijos), como, en el otro extremo, a quienes se sumen en largos e incómodos
tratamientos de fertilidad por sus problemas físicos para tener descendencia.
La ciencia brinda su abanico de posibilidades y cada cual actúa según sus
convicciones éticas o religiosas.
Burela, en la costa de Lugo, ha sido el último rincón
para un «milagro» que empieza a ser rutina: la maternidad tardía, gracias a
estimulaciones ováricas en la etapa de la menopausia. Pilar Rega Pardeiro, de
53 años, y su esposo, Plácido Irimia, burlaron a la naturaleza y el pasado 4
de enero se convirtieron en padres de gemelos. Un regalo -Pablo y Marcos, dos
bebés saludables- que les devuelven las ilusiones después de haber perdido a
su única hija de veintiséis años. No se trata, sin embargo, de un caso
extremo, como otros registrados en Italia y Estados Unidos, en los que mujeres
de más de sesenta años han dado a luz críos mediante la implantación de óvulos
donantes.
Desde que hace más de quince años llegó al mundo
Victoria Anna, la primera niña-probeta española, han nacido en nuestro país más
de sesenta mil niños gracias a técnicas de reproducción asistida. Se calcula
que unas 600.000 parejas tienen problemas de fertilidad, y algunas, en la búsqueda
de soluciones, topan con un póker o repóker de hijos. Los críos en serie son
el resultado de fracasos y desajustes en la aplicación de estos métodos, y su
más representativo exponente, la serie de seis nacida en Huelva y repeinada cíclicamente
para el reportaje de cumpleaños en el «Hola». Un caleidoscopio de rostros
infantiles, como paradoja en una España yerma por voluntad propia.
La vieja España
Del
frenesí de la natalidad al vértigo del envejecimiento, el modelo demográfico
español se parece muy poco al de hace 25 años. Ha habido cambios positivos: la
eficacia en la lucha contra la muerte nos coloca en posiciones de ventaja por la
reducida mortalidad infantil y la elevada esperanza de vida. También hemos
dejado de ser la España peregrina para convertirnos en territorio de acogida.
Pero otros episodios de nuestra reciente historia demográfica nos dejan en peor
lugar: la fecundidad y la natalidad están bajo mínimos, el crecimiento natural
está próximo al cero y el envejecimiento demográfico apunta a un horizonte
inquietante. No sólo aumentan los viejos, sino que cumplen cada vez más años.
La «cuarta edad» ( personas que han llegado a los 75) sobrepasa los 2,5
millones, lo cual representa el 40 por ciento de la población vieja.
El
envejecimiento provocará un aumento de la tasa de dependencia que, de no
cambiar las cosas, será la más alta de Europa. En 1997 por cada persona mayor
de 65 años había 4,3 potencialmente activas (15-64 años). Para el 2021 se
prevén sólo 3,2 y en el 2.050 únicamente 1,8; lo cual sería insostenible no
sólo para las pensiones sino para la armonía social en su conjunto. No es
probable, sin embargo, que permitamos a la realidad que se deslice hacia ese
abismo: aunque el presente no acaba de tocar fondo, el futuro aún no tiene
forma, es terra incognita; pero lo
cierto es que una buena parte del esfuerzo productivo español tendrá que
dedicarse a pensiones y gastos sanitarios, que están en relación directa con
el volumen de la población vieja pues consume más medicamentos y utiliza más
los servicios sanitarios.
El
gasto español en pensiones asciende a casi 9 billones de pesetas. En otros términos,
de cada cien pesetas que los contribuyentes pagan en forma de impuestos, 24 se
destinan a pensiones públicas. Casi uno de cada cinco españoles alrededor de
7,5 millones- cobraba una pensión pública a finales de 1996 y, más relevante
aún, cerca de la cuarta parte de la población dependía de las pensiones como
fuente principal de ingresos. Además, lo que empezó siendo una causa del
declive de la natalidad es ahora una causa que limita su recuperación.
Ocupamos
la llamativa pero poco satisfactoria posición de líder mundial de la
desnatalidad. De los tres hijos por mujer de 1970 hemos pasado al 1,07 actual. O
se activa la tasa de fecundidad de las mujeres españolas, que traen al mundo
menos de la mitad de los hijos necesarios para el reemplazo de las generaciones,
o habrá que incrementar muy notablemente el cupo de inmigrantes para mantener
la proporción entre población activa y jubilados. Nuestro futuro no depende sólo
de cambiar el curso de la Bolsa, sino sobre todo el curso de las cosas. En el último
año España acogió a unos 35.000 trabajadores extranjeros, la ONU dice que
necesitamos 240.000 al año. Es una cifra que me parece exagerada, el mercado
laboral español tiene una estructura que puede (debe) cambiar mediante un uso
diferente y más intenso de la mano de obra interior. Las tasas de actividad
femenina son todavía reducidas, los parados son más de los deseables y nada
impide retrasar la edad de jubilación. El recurso a la mano de obra exterior
seguirá siendo inevitable, pero no en la cuantía prevista por la ONU.
Rafael PUYOL
Catedrático
de Geografía Humana y Rector de la Universidad Complutense
Novedades
en la ley de Conciliación Laboral y Familiar
El
pasado mes de octubre el Congreso de los Diputados dio su aprobación definitiva
a la ley de Conciliación Laboral y Familiar, con la que se pretende impedir que
aquellas mujeres que quieran ser madres pongan en peligro su puesto de trabajo,
o que ni siquiera se planteen tener hijos por el temor a perderlo. Las novedades
de esta ley son las siguientes:
-
Despido. Siguiendo la línea marcada por las directivas
comunitarias y los Convenios de la Organización Internacional del Trabajo se
declaran nulas las extinciones de un contrato de trabajo por embarazo, adopción
o acogimiento de un menor. El empresario está obligado a la readmisión
inmediata si la causa del despido es alguna de estas situaciones.
- Permiso por maternidad. Padres y madres podrán repartirse
este permiso. Las 6 primeras semanas después del parto se reservan para la
madre, pero el resto hasta 16 se las pueden repartir entre padre y madre. Hasta
ahora, la ley decía que el padre podría disfrutar de las 4 últimas semanas de
permiso por maternidad, aunque sólo el 2 por ciento de los padres españoles la
han solicitado.
Riesgos
durante el embarazo.
La ley prevé que en aquellos casos en los que por motivos de salud de la madre
o del feto se haga necesario un cambio de puesto de trabajo y este cambio no sea
posible, se declare a la madre en situación de riesgo durante el embarazo con
protección de la Seguridad Social.
- Adopción y acogimiento. La duración del permiso por
maternidad se iguala para los hijos adoptados menores de seis años.
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