Levante
(Valencia), 10 diciembre 1999
La
familia en permanente estado de juicio
Alfonso
Esponera Cerdán - Profesor de la Eucif-Valencia
De
vez en cuando me gusta escuchar las diversas tertulias que jalona la
radio española. La mañana del domingo día 31 escuché con cierto
estupor cómo una tertuliana en el programa de la Cadena SER A vivir que
son dos días se manifestaba con toda tranquilidad absolutamente
contraria a la familia. Opinión, por otra parte, compartida por el
director del programa.
Defiendo
la total -¿por qué hay que poner siempre el calificativo para no ser
malinterpretado?- libertad de expresión, pero ejercida con plena
conciencia de su responsabilidad por parte de los que expresan sus
reflexiones. Además, no voy a entrar en el tema de la responsabilidad
que los participantes en las mencionadas tertulias tienen en cuanto a la
influencia sobre sus oyentes, ni sobre la discutible identificación de
sus opiniones con la denominada opinión pública. Pero tampoco olvido
las graves limitaciones de dichas tertulias: en bastantes de ellas se
opina de casi todo lo divino y humano de una forma inmediata y acorde al
medio de comunicación, todo lo cual no dice mucho en relación con que
se conozca a fondo el tema a tratar. Me imagino que a los tertulianos se
les convoca para que opinen y brinden sus opiniones, no sólo por su
originalidad y brillantez, sino por la consistencia y seriedad de ellas.
Pero a veces en vez de orientar y ayudar, desorientan en aspectos que
entiendo fundamentales.
Puede
decirse, demasiado esquemáticamente, que el panorama actual de las
tertulias se polariza -con espectros de pluralismo mayor o menor- en dos
grandes bloques de signo totalmente contrario por sus posturas ideológicas
(las de izquierdas y las de derechas), que a ultranza atacan o defienden
lo que consideran valores tradicionales de nuestra sociedad, y uno de
ellos es la familia.
Según
la mayoría de los estudiosos del tema -y hablo con cierto conocimiento
de causa, pues soy profesor de sociología de la familia y de antropología
histórica de la familia en la Escuela Universitaria de Ciencias de la
Familia (Eucif-Valencia)-, efectivamente, en la actualidad está
desapareciendo la familia como estructura de convivencia doméstica de
un matrimonio monógamo, cuyos miembros se casan jóvenes por mutuo
consentimiento, con unos cuatro hijos, y que además es esencialmente
masculina y autoritaria. O sea, la forma de unidad familiar de
sociedades industrializadas occidentales urbanas que no se remonta más
allá de los años 30 de este siglo.
Por
eso, si por crisis hay que entender decadencia, no es en absoluto el
caso. Si se concibe como cambio, sí. A lo largo de la historia, la
familia siempre ha estado sumergida en transformaciones; pero desde hace
unas décadas, de una forma mucho más acusada y acelerada, sin duda está
ocurriendo algo. Los cambios sociológicos siempre son lentos, pero está
claro que la familia de ahora se diferencia substancialmente de la de
hace tres décadas: la mujer sale de casa para trabajar, cada vez hay
menos hijos y tardan más en independizarse, los padres son menos
autoritarios y más tolerantes, cambian los roles y hábitos de sus cada
vez menos integrantes.
La
familia hoy tiende cada vez más a fundamentarse en unas relaciones
verdaderamente personalizadas y por amor, en las que cada uno -esposo,
esposa e hijos, si los hay- se realice como persona, enriquezca y libere
su personalidad, mantenga y acreciente su autonomía y solidaridad y
haga posible el desarrollo personal de los demás componentes
familiares, sintiendo la felicidad de los otros como propia. La familia
aparece como uno de los escasos espacios donde uno puede ser acogido en
su dimensión personal, y donde encuentra reposo y calor como compensación
a tantas frustraciones, vaivenes, cambios, conflictos, etc. Pero también
están aumentando las rupturas y los divorcios, se eleva la cohabitación,
los hijos de padres sin estar casados, etc.
Además,
por lo menos en la España actual, sobre ella pesan las deficiencias del
sistema educativo, los problemas de los menores, el paro, la ausencia de
auténticas ayudas familiares, la drogadicción, el consumo, la exaltación
de los valores de tipo individual, la degradación medioambiental, el
modelo sanitario, las carencias del medio rural, etc. A todo ello hay
que añadir algo común a los tiempos que vivimos: los procesos y
cambios sociales se dan mucho más rápidamente que en épocas
anteriores y, por tanto, a los integrantes de la sociedad se les exige
una respuesta igualmente rápida, con todas las repercusiones que ello
implica, también en el área familiar.
Los
miembros de la familia a lo largo de la historia nunca han sido -y menos
todavía en la actualidad- simples piezas, sino personas, que si bien no
se agotan en el sistema familiar, en él viven, se modifican, se
perfeccionan o deterioran. Sin embargo, no hay que olvidar que lo que le
afecta a cada uno, le afecta a todos. Y ello implica siempre una crisis
-más o menos consciente y más o menos rápida-, que hace resituar las
relaciones y comunicaciones entre ellos (conyugal, parental, fraternal,
filial) que operaban en la familia, apareciendo así relaciones y
comunicaciones nuevas, por ser diferentes de las anteriores.
Así
pues, puede hablarse de crisis de la familia, incluso de la familia como
algo en vías de extinción. Pero de la forma de unidad familiar de
sociedades industrializadas occidentales urbanas, presentada falsamente
como uniforme y que no se remonta más allá de las tres primeras décadas
de este siglo que está a punto de terminar. Son sumamente sospechosas
las ansias y añoranzas de un modelo fijo de institución familiar. Ello
lleva, por ejemplo, a presentar como inmóvil y estabilizado algo que de
por sí no lo fue, ni lo puede ser. La deformación y falsificación del
pasado es una moneda bastante corriente, pero ¿qué carga ideológica
subyace en ellas?
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