Publicamos, por la estupenda descripción de lo que
está sucediendo, un artículo de opinión aparecido el
23 de enero en el diario ABC de Juan Manuel
de Prada, acerca de la nueva generación y
el nuevo modelo social que está extendiéndose en la
juventud europea, y que se fundamenta en el
hedonismo y egoísmo en pareja.
"No hay futuro [Hastío
vital]"
Artículo de Juan Manuel
de Prada en ABC
Lunes 23 de enero de 2006
Hasta hace poco, las
parejas sin descendencia eran miradas con una suerte
de caridad compungida; presumíamos que, si no habían
procreado, se debía a que alguna deficiencia
orgánica se lo impedía. Tratábamos a estas parejas
sin hijos con esa especie de funesta obsequiosidad
que empleamos con los familiares de un difunto,
cuando acudimos al velatorio a confortarlos.
Ahora empieza a suceder
lo contrario: a las parejas con hijos se las empieza
a mirar con una mezcla de aprensión y desconfianza,
como si fueran pringados a quienes el farmacéutico
del barrio endosa las cajas de condones averiados;
las parejas sin hijos, en cambio, son contempladas
con una fascinada curiosidad, incluso con envidia.
Se han convertido en un modelo social digno de
emulación, en ácreadores de tendencias; incluso se
les ha adjudicado una designación que suena risueña
y megacool, "dinkis" (derivada del acrónimo DINK: "Double
Income, No Kids").
Son parejas que han
dimitido voluntariamente de la procreación,
encerradas en la cápsula de un amor sin
prolongaciones, como Narcisos atrapados en su fuente.
Ya ni siquiera necesitan justificar las razones de
su elección; pero, en caso de que alguien se las
pregunte, responden con una munición orgullosa y
archisabida: desean prolongar su juventud (pero en
el fondo saben que son jóvenes fiambres, y que no
hay modo más infalible de acelerar el advenimiento
de la vejez que la compulsiva manía de disimularlo
con afeites juveniles), desean alcanzar la
estabilidad laboral (pero una vez alcanzado este
objetivo, la ambición les dictará seguir ascendiendo),
desean disfrutar de sus ratos de asueto, de sus
vacaciones, y, sobre todo, de su dinero con una
intensidad que no les permitiría la fundación de una
familia.
No negaremos que haya
razones sociales, económicas, psicológicas e incluso
ideológicas por las que entre los europeos se ha
extendido un modelo de convivencia tan narcisista y
ensimismado en el disfrute de un bienestar puramente
material. Pero, más allá de estas razones
coyunturales (que no son sino lastimosas coartadas),
existe una razón mucho más honda, que es el hastío
vital.
El amor que no se
prolonga en otro ser acaba sucumbiendo a la náusea
de su propia esterilidad; esos "dinkies" que se
juntan para inventar una forma de entrega postiza
que en realidad es una forma de egoísmo recíproco
encarnan, acaso sin saberlo, el emblema de un fin de
época. Algo muy grave está ocurriendo, cuando un
continente que atraviesa la etapa más próspera de su
historia, que dispone de medios para combatir la
enfermedad y prolongar la vida, que parece haberse
sacudido la amenaza de las guerras, plagas y
catástrofes naturales que en otras épocas diezmaron
su población, presenta una tasa de nacimientos (sólo
rectificada por el flujo de inmigrantes) que ha
caído por debajo del nivel de sustitución. Algo muy
grave está ocurriendo, cuando cada vez más europeos
se niegan a crear una nueva generación.
Los pueblos que dimiten de la procreación son
pueblos que han perdido la fe en el futuro. El
suicidio demográfico, ese "arrebato de
automutilación" (Solzhenitsyn) que está minando la
vitalidad europea, delata la crisis de una forma de
civilización. Falta una esperanza que dé sentido a
nuestra vida y a nuestra historia. La debilitación
del concepto de familia, el ombliguismo existencial,
el egoísmo parasitario de las nuevas generaciones
que postergan o declinan la oportunidad de
reproducirse no son sino síntomas de esa crisis.
Europa no sólo carece de recursos para mantener su
civilización, sino que ni siquiera posee argumentos
para prolongar su existencia. A este hastío vital
que mata la imaginación, entorpece el deseo y niega
el futuro humano se le considera, sin embargo, una
"tendencia" digna de ser emulada. Ha llegado el
momento de cerrar el quiosco y esperar la llegada de
los bárbaros.